Me he inventado esta palabra juntando
la palabra“andros” que como sabéis significa hombre. Y de
la palabra cronológico, de “cronos” que significa
tiempo” y lógico cuya cuarta y quinta acepciones son por este
orden; dicho de una consecuencia: natural y legítima. Y por último,
algo lógico es algo dicho de un suceso: cuyos antecedentes
justifican lo sucedido. Así que ya sabéis con toda esta parrafada
que significa andrológico. -Perdón por este delirio
etimológico pero el origen de las palabras me gusta mucho y todo
esto que he escrito me parece importante con respecto a lo que quiero
contar a continuación.
Para mí los cumpleaños son un momento
de reflexión y mi vigésimo sexto aniversario está cerca. Hace
cuatro años que no celebro mis cumpleaños y no recuerdo cuánto hace que no soplo unas velas; no es que no me
gustaran, siempre me habían gustado las fiestas de cumpleaños. Siempre he pensado que son una
forma de celebrar que seguimos vivos, de recordar nuestro nacimiento
a la vida, de sentirnos queridos y acompañados por aquellos que nos
quieren, es un día especial dónde, al igual que cuando éramos
niños, todas las miradas y atenciones son para nosotros. Son una muy
tierna ocasión de sentirse amado por ver que otros participan de la
alegría del simple hecho de que tú existas porque naciste. Celebran
que están contigo ese día porque te han conocido, porque eres y
porque estás en sus vidas de algún modo.
Siempre, desde niña, porque ya desde
niña era rara, me he preguntado por qué hay menos personas en el
cumpleaños de alguien que en su funeral ¿no es acaso más lógico
celebrar una fiesta de cumpleaños y compartirla con quién cumple
años que acudir a un acto tras su muerte dónde esta persona ya no
está?, ¿por qué a la gente no le da apuro no ir a un cumpleaños o
no felicitar -y me incluyo- y sin embargo si esa misma persona
falleciera lloraríamos sinceramente por él o ella y acudiríamos a
su funeral?, ¿por qué vivimos en un mundo dónde no nos tiembla la
voz o no nos importa vejar e insultar hasta hacer puré el corazón
del otro pero nos avergüenza, hasta el punto de callarlo, decir
cosas como; “me importas muchísimo”, “te quiero”, “me
encanta tenerte en mi vida”...? Decir cosas buenas o bonitas a
alguien o de alguien nos parece cursi, mucha gente espera a que esa
persona haya muerto para decir eso de “qué bueno era”, “no
había otra igual que ella”... Desde 2008 aprendí a no esperar
para expresar mis emociones, desde entonces fui y soy oficialmente
rara. Ese fue el último año que celebré mi cumpleaños.
El 1 de febrero de 2009, Alejandro -que
obviamente no se llama Alejandro-, el amor y hombre de mi vida y la
única persona que me ha hecho desear cosas tan grandes como ser su
esposa hasta que la muerte nos separe y convertirme en madre con él.
Tuvo a bien y le pareció lo más oportuno llamarme por teléfono
para, por este orden; felicitarme y comunicarme que se había
acostado, la noche anterior a mi cumpleaños, con su nueva novia. No
contento con esta muestra de consideración, caballerosidad y
gentileza continuó explicándome con todo lujo de escabrosos
detalles su primera relación sexual con la que hoy es su novia,
estableciendo toda clase de comparativas calificativas entre ella y
yo que no dejaban a su, en ese momento, recién-novia en muy buen
lugar, motivo por el cual él me decía que yo debía de sentirme
halagada. No me siento con fuerza de escribir ni explicar nada más
sobre este desagradable asunto porque ni siquiera la ironía ni el
humor que me caracterizan y con el que he intentado contar esto
consiguen que, aún a día de hoy, me duela menos. Algún día
escribiré el contexto de la esperpéntica historia, la cual me da
para un libro...
No le daré la culpa a Alejandro de no
haber vuelto a celebrar mi cumpleaños ni de por supuesto, no haber
vuelto a tener nunca más un cumpleaños feliz. Sólo hablaré de mí
y de que desde entonces no he sido lo suficientemente fuerte como
para sobreponerme a eso, no he sido lo bastante fuerte como para
enfrentarme a celebrar mi cumpleaños con una sonrisa y pasar a otra
cosa... No he aprendido a reponerme de su golpe fatal, del cual soy
consciente de que “ya ha llovido” y que soy joven y merezco tener
un cumpleaños feliz, pero desde ese día pensar en celebrarlo, me
recuerda todo aquello y no he sido fuerte para enfrentarme a eso, ni
lo bastante valiente.
El 1 de febrero de 2010 fue el último
cumpleaños en que mi padre pudo felicitarme y yo pude disfrutar de
su compañía, guardo como un tesoro sus palabras. Recordó por vez
4483248575848 el primer día que me trajeron desde el hospital a casa
y como lloraba él de la alegría... Cosas de padres...
Alejandro me felicitó este año con
un mensaje de texto -pues aún no había whatssapp- un mensaje de
texto, vuelvo a repetir para poder aceptarlo y creerlo. La culpa no
es suya de nuevo, supongo que es mi responsabilidad ponerme
existencialista y pensar lo que, con toda seguridad, sólo debo de
pensar yo sola acerca de los cumpleaños de las personas. Me causó
mucho dolor, tristeza y rabia ver que a lo que más he querido en la
vida después de mi familia, le bastaba con gastarse 0'15 céntimos
de €, impuestos indirectos no incluídos para felicitarme y
acordarse de mí, dado que yo había compartido siete años de mi
vida con él entre otras muchas cosas. No fui lo bastante madura como
para aceptar que eso era absolutamente lícito por su parte dado que
él tenía una novia nueva y entonces, toda mi filosofada sobre que
esta es la única vida que podemos compartir y celebrar el día del
inicio de mi existencia en el mundo y que nos habíamos cruzado dos
existencias, él y yo, en una misma vida, eran como siempre, cosas
muy profundas que sólo yo pensaba y que sólo yo sentía. Tonterías
y cursiladas que en el siglo XX no vienen a cuento...
Yo, poco después de mi anterior
cumpleaños, el de “felicidades me he tirado a otra”; traté de
sustituir a Alejandro con Samuel, me quedé en el muelle de San
Blas esperando a Alejandro, pero allí encontré a Samuel, yo no
sabía estar sola y entonces me creé la necesidad de tener a
Samuel porque no tenía a Alejandro, se llama sustituir y obviamente
no lo conseguí, pero Alejandro me había sustituído y yo no podía
ser menos... No hace falta que diga que no salió bien, el día de mi
cumpleaños en 2010, Samuel y yo no llevábamos ni un año juntos aún
y tuve que mendigarle que se tomara algo conmigo por mi cumpleaños,
yo como no sabía estar sola, me conformé con mendigarle afecto y
compañía y con las limosnas emocionales que él me daba.
El 1 de febrero de 2011 mi padre había
muerto hacía casi dos meses y yo ya tenía clarísimo en la vida con ello, y
absolutamente confirmado, que no había nada en el mundo que valiera la
pena ser celebrado.
Fui al bar de siempre, había un amigo, una amiga
y César. Cerramos el bar. César me dio un abrazo por mi cumpleaños
a las doce en punto, él ya me gustaba en secreto pero soy una actriz
maravillosa y esperé casi un año para decidir hacer la apuesta más
alta; apostar lo que me quedaba de corazón por él y tener algo
juntos. Esperé tanto porque mi relación con Samuel me había dejado
en ruinas emocionalmente hablando; yo no sabía estar sola, amé
demasiado y sufrí demasiado. Además, mi padre sólo hacía casi dos
meses que había muerto y si en algo me identifiqué con “Romeo y
Julieta” es con la frase de: “los momentos de dolor no son para
hablar de amor”. Así que ahí, en ese momento y ese lugar, en la
barra de aquel bar empecé a proyectar en César todo lo que yo
necesitaba ver, necesitaba creer y también sentir. Desde ese día
fue mi querido complemento circunstancial de tiempo y de lugar
inolvidable.
De nuevo, César no es culpable de nada
y en cualquier caso eso no importa porque se trata de mí y no de él.
Él con toda seguridad no podía figurarse ni por asomo desde cuándo
y cuánto necesitaba yo que alguien me quisiera por culpa de no saber
estar sola y afrontar mis problemas sola También sin mi padre, lo
cual era una nueva soledad muy real y muy dolorosa que yo no quise
enfrentar. No fui de nuevo, lo bastante fuerte como para decir no a
esa historia. Necesitaba creer en algo tras morir mi padre,
necesitaba creer que no estaría sola con semejante dolor y con
semejante pérdida. Quise creer que desde aquel día él me abarazaba
a mí y no sólo mi cuerpo, me lo quise creer y me lo creí. Lo hice
todo yo sola porque tenía muchas ganas de vivir un gran amor y de
ser feliz con él en vez de enfrentarme a lo que me había pasado.
Todavía no he podido perdonarme el hecho de haberle necesitado tanto
y de haberme creído que sólo porque mi padre había muerto tenía
que ser él quién me quisiera. Llegué a presionarle e incluso
“manipularle”, vendiéndole lo feliz que yo podría hacerle, lo
feliz que él podría ser conmigo. Él no quería ser feliz conmigo,
él quería ser él y yo no se lo permitía porque no sabía estar
sola y le necesitaba muchísimo. Él simplemente no me quería como
yo a él y yo no había aprendido a perder, aún con todas la veces
que ya había perdido. Y me siento profundamente avergonzada por no
haber sabido ser más fuerte, más independiente y más madura como
para retirarme como una señora cuando él dijo: “yo quiero a
otra”. Sentí el orgullo herido y la vergüenza de no haber visto a
tiempo que él no me quería y que nunca lo había hecho, no al menos
de la manera en que yo le necesitaba. No pude asumir estar perdiendo
otra vez, otra pérdida más junto a la titánica pérdida de mi padre, fue casi insoportable... Y todavía me repito que tengo que
perdonarme por eso, que en ese momento pocas opciones me quedaban
siendo yo una perfecta dependiente “mujer que ama demasiado”...
P.D: Alejandro mandó un whatsapp de felicidades con un emoticono.
El 1 de febrero de 2012 César entraba
en el bar de siempre con la chica con la que empezó a la semana de
terminar lo nuestro. Yo me fui con mi coche a llorar a casa de mi
mejor amiga junto a la chimenea y a tomar infusiones y eso es lo que
debí hacer antes de embarcarme en ninguna sórdida “historia de
amor” con nadie. La culpa es mía por haber esperado un príncipe rescatador de mis tragedias, no de César. Debí llorar por
haber perdido a mi padre y no regalarme a César por no estar sola.
P.D: Alejandro no me felicitó, siendo
la primera vez, en los diez años que hacía que nos conocíamos que
no me felicitaba, al mes dijo que se le olvidó.
Se acerca el 1 de febrero de 2013 y
desde los hechos acontecidos con César, me juré solemnemente no
necesitar nunca más demasiado a ningún hombre de la manera en que los
necesité a todos y en último lugar a él. Decidí aprender -con
perdón de la expresión- a “joderme” y estar conmigo. A estar
con mi dolor por la pérdida de mi padre y con mis asuntos; si me lo
permitís, dicen quiénes me quieren que lo estoy haciendo bastante
bien...
Supongo que ya por fin debería celebrar mi
cumpleaños de alguna manera, pero eso me hace lidiar con la culpa.
Mi padre está muerto ¿y yo voy a celebrar mi cumpleaños? Él lo
querría y lo sé pero yo no me siento bien con esa idea... No sé
que haré, ni si haré algo, pero lo positivo por fin, es que estoy
sola o mejor; estoy conmigo. Y como no hay ningún hombre a la vista,
ninguno podrá hacerme daño el día de mi cumpleaños. Estoy muy
contenta por el simple hecho de que como no tengo a ninguno, no
tendré que recibir la llamada de “felicidades, me he tirado a...”
Ni mendigar un café, ni verle entrar en “nuestro sitio” con
otra. Nada de eso podrá pasarme por fin porque no hay nadie, así
que sea como sea este cumpleaños sólo puede ser mejor que los demás
desde que no lo celebro. No sé si será un feliz cumpleaños, pero
al menos este aniversario no puede ser peor que los anteriores, al menos es
muy poco probable...