Todo empezó con un sueño; Londres,
lugar en el mundo en el que espero y deseo poder vivir algún día, a
ser posible pronto, sé que ese es mi sitio en el mundo y me importa
bien poco si suena cursi, lo siento así. Me enamoré de un
cuadro-foto de dicha ciudad -(y siempre es mejor así, que enamorarse
de un cachorro abandonado o del Don Juan de turno)- el cuadro, que
objetivamente no es especial ni muy original como sinónimo de nunca
visto, -(qué curioso, con las personas al enamorarnos a veces pasa
lo mismo, objetivamente todas las personas son iguales pero lo que
nos hacen sentir es único, original, especial e irrepetible) -me
encantó. Mi sueño ahora tiene un espacio físico en mi vida, tiene
un sitio privilegiado en mi pared.
En este momento de cambios y reformas
en la alcoba de Julieta me he encontrado con algunas dificultades, a
saber; jamás había pintado una habitación, colgado un cuadro, ni
una estantería ni un espejo, por decirlo asépticamente. Esas cosas
las hacía un pintor al que no he querido pagar y por supuesto, papá.
Cuando yo era niña y jugando a las
cocinitas soñaba cosas tan normales en una niña como; mi boda, mi
vestido de novia, ser periodista de éxito como April O'Neil -pero sin botines blancos, gracias,( luego
vino la abogacía, en tercero de EGB)-. Soñaba también con tener un novio
fuerte y guapo que se ocupara de estas cosas, alguien como Eric el
príncipe de la sirenita (pienso que es el príncipe Disney más
buenorro de todos; moreno ojos claros, no digo más). Y mientras tanto, yo por supuesto llevaría unos
altos tacones, más altos que los de mamá, una bonita sonrisa, un
magnífico collar de perlas y prepararía limonada para mi afaenado
amorcito, seríamos todo sonrisas al mirarnos... Lo de la limonada
radica en sonrisas y lágrimas. La limonada que beben es rosa o color
coral y captó mi atención, además me pareció muy seductora la
forma en que la baronesa Schröder ofreció limonada al capitán von
Trapp, supongo que puedo datar y justificar por ahí mi sueño
infantil.
Otro pensamiento de la infancia era
-como el de todas las niñas- que mi padre era un súper- héroe, así
que si ningún chico era de mi gusto para ser mi novio modus Jazmín
de Aladdín-chulita-rechaza-pretendientes, mi padre siempre, siempre,
siempre y para siempre estaría ahí para montarme una estantería,
una lámpara, un armario...
Pero la vida es eso que pasa mientras
haces planes y la vida ha tenido otros planes distintos a mis sueños
infantiles de limonada para novio -(no sé hacer limonada ni tener
novio como los que se ofertan hoy)- y padre eterno de seguros
catalana occidente que lo arregla todo, todo y todo... Mi padre y yo
solíamos interpretar ese anuncio, era una de esas tonterías padre e
hija que son especiales...
El tema es que he contado con la
inmesurable ayuda de mi hermana y mi mejor amiga sin las cuales nada
de esto habría sido posible, para jugar a “la hora de la
herramienta” y aprender a hacer todas esas cosas que si tienes
suerte, hace un novio y si tienes mucha más, hace un padre.
Sensaciones.
Es estimulante aprender cosas nuevas,
fomenta la autodependencia que tanto necesita una mujer que ama
demasiado para rehabilitarse y cualquier otra persona que quiera
crecer como tal. La autodependencia es sana para todo el mundo. Pero
obviamente me dan pena los motivos que me han impulsado a este
aprendizaje, aunque haya sido desde luego, positivo.
Me he reído mucho tratando de colocar
una estantería entre tres y darnos un ataque de risa, me he
desesperado porque en un primer momento parecía que no iba a
terminar nunca, he sentido impotencia por la falta de uniformidad del
color que se fue instaurando milagrosamente a las pocas horas, he
llorado en cuclillas los pocos momentos que he estado a solas con
este proyecto por: “ese agujero para colgar el espejo lo hizo
papá...”, “aquí está la marca de la estantería que se cayó
porque me la montó mal, casi me abre la cabeza...”, “he manchado
el techo blanco de fucsia y las esquinas no me han quedado muy bien
pero seguro que él me habría dicho que estaba perfecto...”,
“nunca podrá ver todo lo que he aprendido a hacer ni cómo ha
quedado”...
Aún a riesgo de parecer una
maruja -y para no deprimirme más que la venta inmobiliaria- contaré
que también he renovado cortinas y ropa de cama que rima con drama
-disculpad el tono de humor, ironía y frivolidad, obviamente son mis
defensas para hablar de algo doloroso-. Cómo decía de las cortinas,
las viejas me las compró mi padre, fuimos juntos, lo recuerdo
perfectamente creo que me encapriché de unas de las cortinas más
indecorosamente caras de El Corte Inglés, pero mi padre era como
Guido (la vida es bella) y no me refiero a ir sonriendo hacia su
propia muerte, cosa que también hizo. Sino a que era un hombre que
podía hacerme creer cualquier cosa y me consentía todo, yo era la
niña de sus ojos y lo sabía. He tenido mucha suerte de tener un
padre que entre infinitas cosas, me regaló unas
cortinas-caras-de-niña-consentida y su ropita de cama a juego. Él
dijo que era por mis buenas notas pero yo nunca fui mala estudiante
hasta la Facultad, lo hizo porque quiso...
Siempre que me llevaba de compras me
decía “y no pidas más ¿eh?” pero daba igual que dijera eso.
Recuerdo que poco después me compró bastante ropa que valía un
dinero “por haber aprobado el curso e inglés, te lo mereces”- me
dijo... Yo creo que si le hubiera dicho que me gustaba la osa menor
como iluminación en mi cuarto hubiera preguntado su precio a la
NASA. No es amor de hija, cualquiera que le haya conocido sabe que él
era así. Así que cuando he ido a comprar cortinas y ropa de cama
he llorado, me da igual si al verme alguien ha pensado que soy la
loca de los gatos de los simpson porque los gatos me dan alergia...
Tengo un máster en llorar en la tranquilidad de mi coche en un
parking público o en el mío, cosas del duelo supongo y los duelos
es mejor llorarlos o esa es mi opinión.
Recuerdos lacerantes.
Los muebles de mi habitación que
fuimos a comprar juntos “de lo único que has de preocuparte es
de que te gusten”-decía
.La maleta de viaje que me compró para mi primer viaje de estudios
de 4º de ESO, las bufandas de macramé que me hacía, una armónica
que nunca he sabido tocar y que me regaló las navidades del 92
cuando murió mi abuelo paterno, libros, montones de libros...Le he
dado un sitio de honor a la saga Harry Potter.
Torradita emotiva.
Cuando iba a 1º de ESO fui a ver la
primera película con una amiga del colegio, no había leído
ninguno de los libros pero quedé muy impresionada. Mientras mi padre
nos preparaba la cena con su horrible delantal con trabalenguas “un
tigre, dos tigres, tres trigues” incluído, yo no cesaba en
hablarle de Harry, de Hermione y de Ron y de muggles que mi
padre pronunciaba mugles para hacerme rabiar, le dije que teníamos
que ir a la librería a preguntar si estaban los libros.
La tarde del día siguiente, al volver
del colegio a las 5 y media sobre la mesa de mi escritorio, sin
envoltorio pero adornados con un bonito lazo de raso turquesa estaban
los 4 libros de Harry Potter, -(los otros aun no estaban a la
venta)-. Así era mi padre cariñoso, detallista, buen cocinero...
Lo cotidiano es lo más doloroso para
mí, no necesito días especiales para sentir dolor especial, la
gente que lo ha experimentado supongo que lo comprenderá... Tal vez
ahora alguien comprenda más y mejor porque el frikismo potteriano
significa tanto para mí... Para el Señor de los anillos no
hay excusa, salvo que soy friki y punto.
Tal vez si es verdad que la habitación sea el
reflejo del alma de uno mismo después de todo.