-¿Que si quiero salami? ¿Es broma no? ¿Qué clase de primero es este? Muy poco adecuado...
-¿No te gusta el salami?-Ese no es el tema, me han recomendado el entrecote, dicen que aquí la carne es exquisita. Me encanta la pasta; maltgliatti gratin nero di sepia con salmón ahumado, espinacas y gambas es mi plato preferido, me gustan los tortellinis, raviolis, maltagliatti, lacitos...-Cuando enumeras así te invitaría a salami.-No quiero salami, pero me apetece mucho comer carne, pasta como a menudo y ya no soy vegetariana...-Podemos pedir lo que quieras, pero si más tarde te apetece pedimos salami...
Sucede que tras la catarsis sientes.
Sentir es vida, estar en contacto con las sensaciones físicas es
síntoma de vida, pura vida. Toda una experiencia que tampoco nunca
había experimentado. Estoy muy familiarizada con sentir con la
cabeza y con el corazón, solía ignorar bastante la piel porque me
parecía algo banal. Mi soberbia me impedía sentir a través de la
piel, “las cosas importantes sólo pasan por la cabeza y el
corazón, no por la piel” la anciana que llevo dentro es tan
estricta como la señorita Rotenmeyer, me educó así y siempre pensó
y vivió de ese modo.
Un día me puse a pensar en por qué no
sentir a través de la piel, porque no me atrevo.
Se inició una guerra civil entre
Rotenmeyer y mi niña interior, Julieta. Julieta decidió que quería
vivir y estaba muy aburrida en un rincón. Hacía mucho que no jugaba
con nadie, en el hospital Rotenmeyer le pegó un bofetón tras otro y
le propinó graves palizas durante mucho tiempo después, eso la tuvo
en coma casi un año. Pero el coma no impide soñar con besos, ni con
abrazos y caricias. Las niñas quieren jugar, divertirse y
experimentar. Pero la estricta anciana, la hacía llorar y sentirse
mal “estamos de luto” ¿vas a vivir con la piel cuando otros
están muertos?- entonces Rotenmeyer se colocaba mejor el chal de
lana y apretaba un poco más las agujas de su repeinado moño. Y
entonces Julieta se iba a una esquina de su habitación, cada vez más
triste, cada vez más enfurruñada, más aislada del mundo y de los
niños de su edad. Cada vez se sentía más indigna de compartir
juegos con nadie y regaló todos sus juguetes para obligarse a crecer, “con el tiempo ya no querré
jugar a nada”, además “¿quién va a querer divertirse conmigo?
Estoy enferma y débil”.
***
Julieta salió un día del campo de
refugiados, estaba nublado, la guerra no había acabado, aún se oían
bombas y ruido de metralla, eso le daba mucho miedo por las noches
pero ella salió a buscar flores de hermosos colores, las niñas y
las flores. Llevaba la cara manchada de ceniza, la espesa melena
alborotada y roñosa, descalza y con un saco de esparto. El único
color en ella era el de sus grandes ojos que ahora eran grises como
el cielo encapotado.
Un soldado la vió, era un casco azul
se llamaba César quedó prendado de sus ojos o al menos eso le
dijo...
César la llevó en brazos al
campamento base. Ella no hablaba, solo le abrazaba con fuerza, estaba
temblando y muerta de miedo ¿era un soldado bueno o malo? La sentó
en una mesa mientras ella balanceaba los pies con cándida gracia,
claro, era pequeña y le colgaban las piernas que pendulaban sobre el
suelo. Le lavó la cara y el pelo, o le dió besos. Después durmió
con ella, al dormir con ella ninguno de los dos tenía pesadillas, se
necesitaban, el ruido de metralla daba miedo. Por la mañana, cuando
sus ojos grises depertaron vieron a César mirando la foto de una
joven. “Es mi amada, la echo de menos, está muy lejos de aquí”-dijo a Julieta.
Ella le cogió la mano como muestra de apoyo y consuelo, ella asió su mano tan rápido como
él la soltó. César señaló la mesa con un gran desayuno dispuesto en ella, había
magdalenas y un café con leche -eso para un niña famélica es un festín de dioses-. Julieta aún no había articulado
palabra, sólo le resbalaron lágrimas por los ojos cuando vió ese
banquete para ella. En los campos de refugiados los niños no tienen
desayuno y todo eso era para ella, un casco azul de nombre César
consideró darle un desayuno. Lo sensato era que Julieta no estuviera
agradecida. Todos los niños deberían tener un desayuno. Pero hazle
entender eso a un niño de un campo de refugiados. Dile que no esté
agradecido, que todos tienen derecho a juguetes y comida. Dile que es
normal poder ir aseado y bien vestido com o todos los niños del
mundo cuando nunca ha tenido eso. Eso, o háblale de física
cuántica, seguro que lo entiende...
César la dejó desayunar
tranquilamente en el campamento. Bastantes días y noches después
Julieta seguía sin hablar, pero estaba muy contenta porque no estaba
sola y tenía magdalenas, croissanes y si se portaba bien bocadillos.
De repente Julieta pensó que ya no
tendría que volver sola y triste al campo de refugiados y se
quedaría allí al menos hasta que fuera mayor.
César apareció con una mujer aquella
noche, Julieta dejó su desayuno tiernamente dispuesto en la mesa,
sabía que lo necesitarían. Enderezó el marco de la amada del
soldado, estaba un poco torcido por el temblor provocado por las
bombas. Se fue cuando ellos llegaban al campamento, nadie la vió marcharse, se fue porque entendió que
allí no habría sitio para tanta gente, no se llevó nada, quería
ser generosa como él lo había sido y lo fue.
***
Julieta salió un día del
rincón de su cuarto, más recuperada y fuerte. Ahora se entrenaba
para recibir y esquivar las palizas de Rotenmeyer, estaba más fuerte
que antes.
Salió porque tenía ganas
de jugar y divertirse, le apetecía porque era un niña y estaba en
su derecho de serlo, cada vez entendía mejor esta idea. Llevaba
mucho tiempo queriendo vivir, sólo que nunca se había dado cuenta
porque se acostumbró a llevar una vida de Rotenmeyer, lo supo cuando
le vió. “¿César?”-le preguntó en un susurro y el clima de la
noche se volvió tropical y sin playa.
No hace falta hablar cuando
la pasión y el deseo lo dicen todo. “¿La piel habla, pero cómo?”
Julieta miró de soslayo a Rotenmeyer muy enfadada y horrorizada
fruncía el labio y el ceño, sacó un rosario y se puso a rezar con
devoción y mala cara, postrada de rodillas mirando un crucifijo.
Julieta daba graciosas palmaditas, hacía pompas de jabón de colores
¡por fin juegos y diversión!-exclamaba dando saltitos- no más
jugar con bolas de pelusa del suelo. Rotenmeyer estaba rezando y ella
podría jugar y divertirse, por fin un poco de merecida justicia.
Se abrazaron, más con los
sentidos que con los sentimientos. Toda una nueva experiencia para
Julieta, se respiraron el uno al otro, se inspiraron el olfato forma
parte de la vida y hay que vivir porque sino estamos muertos. El
tacto de ambos buscaba el contacto de la boca del otro sin soltar el
abrazo, se besaron como si no hubiera un mañana, porque en ese
instante estaban vivos ¿quién sabe en el siguiente? Pocas cosas hay
más satisfactorias que comerse a besos dos amantes muertos de
hambre. Las manos de ambos buscaban la piel de otro con énfasis.
Contra la atracción acción -dijo Julieta.
Estaba prohibido que se
desearan, no era ético. Ella había sido una refugiada y él lo
sabía, pero cuanto más prohibido está algo más lo deseamos.
Cuando no puedan hablar las
palabras que hable la pasión. Aunque sólo sea a veces está bien
dejar a nuestra vieja interior rezando y divertirse un poco sobretodo
si no lo has hecho nunca porque crees que divertirse no es sensato.
Termino la crítica
gastronómica del salami como primer plato diciendo que aunque se
repite y puede sentar mal por la noche, deja buen sabor de boca si
tienes hambre de besos. Finalizo con una frase que decía mi padre
cuando yo le decía “no quiero, que estoy a dieta”.
“Lo
mejor de las tentaciones es caer en ellas”- yo añado:
también tienes que saber levantarte de ellas, si sabes ¡buen provecho!
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