Cuando menos resulta irónico el
desenlace de algunos nudos en las relaciones humanas.
De pronto sucede que quién casi nunca
ha mirado por ti es tu protector. Cuenta la leyenda que acabas con
alguien relativamente mal y no obstante, lo peor no fue acabar, sino
que por circunstancias de la vida tuvieras que ver la bonita postal
de sus poses con otra y algunos momentos kodak beso incluído. Es muy
cierto que nunca se conoce tanto a alguien en una relación como en
una ruptura. Pero últimamente estoy considerando que vale la pena ir
un poco más allá de todo este rencor, despecho, odio...
Ser despechada es una pose que me hace
gracia y un rasgo que tengo e hiperbolizo a veces para divertirme o
escribir. Pero al margen de usarlo como un recurso más para la
narrativa; el rencor y el despecho tienen poca gracia. He observado
que por ahí se pierde mucha energía y la que se genera es negativa.
De ahí brota mucha ansiedad y también rabia, sensaciones
absolutamente desagradables...
He pensado que si Julieta decide vivir,
debe vivirlo todo, decido vivirlo todo y como nunca había vivido la
catarsis y el perdón, los he experimentado por primera vez.
Mi posición frente a estas dos
palabras era: “¿perdonar y olvidar? Ni soy Dios ni tengo
alzheimer”. Y “hoy hace exactamente siete años que me llamaron
rencorosa”. Toda mi corta vida he sido leal y fiel a estas dos
máximas vitales que he citado. “No sé como alguien puede
perdonar, yo no puedo” solía repetirme como un mantra...
La raíz de todo este odio, despecho y
rencor siempre la he visto en que los otros me hacen o dicen,
nunca nada era mi responsabilidad y por suerte o desgracia he
aprendido que muchas cosas lo son. Me esfuerzo por dejar de ser una
incauta y ser más responsable. Estoy aprendiendo que los otros y sus
acciones y/o reacciones se me escapan, pero siempre puedo hacer un
análisis introspectivo, siempre puedo mirar hacia mí y reflexionar
por qué pasa lo que pasa, por qué me molesta, por qué la rabia que
siento y el odio, por qué el rencor y el despecho...
-¿Estás nerviosa? ¿es tu primera vez?
-No, ya he estado nerviosa antes.
Creía que ya había hecho muchos de
estos deberes, así que experimenté una primera catarsis brutal
hablando y llorando frente al pasmo de mi único oyente, sin ser yo
capaz de mirar sus ojos pero sintiéndolos absortos y embebiéndose
de mis palabras. Tampoco le culpo o responsabilizo por eso, mi profundidad casi
propia de la fosa de las marianas se ama o se odia, es como estar
embarazada; o lo estás o no lo estás. Soy muy consciente del efecto
que crea mi profundidad en la tercera persona masculina del plural,
pero me he hecho mayor y he llegado a una simple conclusión para
tamaño conflicto: no es mi problema si les asusto.
Yo necesitaba esa catarsis, fui
valiente frente a lo desconocido y fui a por ella, tengo muchos
defectos pero la cobardía no es uno de ellos, así que repetiría
esta experiencia aún con todo lo difícil y costosa que fue la
primera.
No es importante si al vivir la
catarsis somos comprendidos, yo al menos, no le doy ninguna
importancia. La paz que experimenté, la liberación, la fuga del
odio que vivía en mí, todo eso me vale la pena aunque mi oyente me
comprendiera o no y aunque el entorno me entienda o no por ello.
Valoro las sensaciones que sentí y lo demás son accesorios y al
igual que pasa con algunos flamantes vestidos de Marchesa, los
accesorios aquí no hacen falta aunque a veces quedan bien porque
embellecen un vestido, lo bonito es bonito...
He aprendido que la incapacidad de
perdón no es tanto hacia los demás como lo es realmente hacia
nosotros mismos. En otras palabras, no perdonar a alguien muchas
veces es reflejo de nuestra incapacidad para perdonarnos por el daño
que nos hemos dejado hacer.
Mientras no perdono a alguien la culpa
es de otro, yo no tuve nada que ver, yo soy la víctima. Esta
posición es relativamente cómoda y como los años pasan y yo
procuro pasar con ellos y no que ellos pasen por mí, decidí no
quedarme ahí y en vez de enunciar oraciones incendiarias con la
tercera persona masculino del singular ponerme a mí de sujeto. Para
muestra un botón:
Cambiar: “él me ha hecho daño” por
“yo me he dejado hacer daño” En modo experto, también cabe
preguntarse ”¿por qué me he dejado dañar por él?”
Esto que puede parecer a ojos ajenos
una gran chorrada o que me he arrojado en los brazos del LSD, creo
que da una posición activa respecto a nuestra vida. Como he dicho,
lo que otro me hace o me dice se me escapa, pero de mí, si quiero,
puedo ser consciente y responsable, porque soy libre y puedo elegir.
Hacer esa práctica difícil nos saca del rol de víctima.
Llamádme infantil, -acepto las
críticas-, pero me da mucha rabia y ganas de cruzar los brazos,
patear el suelo y poner cara de enfurruñada el hecho de que soy yo
la que me he dejado hacer muchas cosas. Este punto de vista no es
agradable, me escuece y es incómodo porque me hace responsable. Si
hay un verdugo y tú eres víctima aunque te duela serlo, es más
cómodo. Empezar a elaborar en mi mente que yo también he tomado
parte en las cosas que me han pasado y que no soy un barquito
chiquitito que no podía navegar ha sido toda una revelación.
Por todo lo expuesto en esta peculiar
autocrítica gastronómica, recomiendo el plato catártico como
entrante pero advierto que no es ligero. La ligereza se siente una
vez consumido y a mí me ha sentado muy bien. Si la ración es muy
grande mejor compartirla pero preparad antes a vuestro compañero de
mesa dándole instrucciones de cómo se come un entrante de catarsis
ya que todos somo humanos y merecemos consideración. Recomiendo
compartir la ración por otra célebre frase de mi padre con la que
termino:
“A quién come solo, el diablo se lo lleva”.
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