
La finalidad de este post es pura y
simplemente cabrearme a mí misma, dicen que es terapéutico. Ya he
estado aquí; en el cabreo, en la rabia, en la ira, en la
agresividad... Como soy visceral es fácil, es más fácil siempre
enfadarse que estar triste o llorar.
Resulta que tu padre te prepara el café
un día por la mañana como cada mañana desde que tomas café y eres
adulta para ello, y lo ves en casa como siempre porque los padres
están en casa y forman parte de la casa, yo pienso que puedes no
tener casa pero tus padres son tu casa en el sentido de tu hogar. Mi
padre era mi hogar, mi padre era el hogar de todo el que quiso entrar
en su hogar y quién lo conoció, lo sabe; sobran presentaciones ni
descripciones. Entonces tu padre se toma unas cervezas en el bar,
baja la basura, te habla, te da dinero, ayuda a tu hermana, quiere a
tu madre... Está... Está en mi vida, tienes un padre que es y está.
Después surge el cáncer y muere en un
mes. En 36 días no hay café por la mañana, no hay cervecitas a
escondidas de mi madre en el bar con nosotras, no se sabe quién
bajará la basura, ningún hombre me pregunta cómo me ha ido el día,
no hay café... No está, no hay padre, ni es, ni está.
Entonces, como no hay padre, decir papá
ya no existe son los padres y no tiene ningún sentido. Realmente
poca cosa tiene sentido cuando sientes la muerte tan de cerca.
Luego, justo luego, vienen muchas cosas
muy deprisa a tu vida, porque la vida es Pura Vida, la pura vida a
veces es puta vida y cómo la pura droga; cura y daña en
función de la dosis y la sobredosis. Entonces llegan a tu vida
muchas cosas y en mi caso se van muchas personas con el muerto y como
el muerto es tu padre, tanta muerte a la vez te deja muerta. Porque
nadie te tira tierra por encima, pero sí “te caen” muchos
sentimientos encima, como si estuvieras bajo tierra tú también, y
si no espabilas, te asfixian.
No voy a hablar de las tan manidas
fases del duelo. Tal vez porque soy una puñetera egocéntrica -cosa,
esta última, que dudo, pero vaya mi autocrítica por delante-, me
resisto a pensar que mi duelo -ni el de nadie- sea subsumible en algo
genérico y aséptico como las fases del duelo de las que
habla prácticamente todo el mundo con dicha capacidad [la de
hablar].
Creo que los duelos son personales,
únicos e intransferibles y que como tantos otros sentimientos ni se
pesan, ni se miden, ni se comparan. Esto último me parece lo más
importante.
Quiero hablar de la rabia o la ira
porque eso es fácil. Un día escribiré una recopilación de perlas
que he tenido que escuchar desde tan desgraciado acontecimiento y nos
reiremos todos porque hace tiempo que ya puedo reírme de tales
perlas. Realmente cuando me las decían en su momento ya me reía
porque tengo un humor muy inglés, o peculiar, o raro...
He tenido que aprender; -(cosa que a
mi orgullo, mi paciencia y a mí nos ha llevado bastante tiempo,
esfuerzo y bastante más de un disgusto)-, que nadie hace nada con
mala intención, pero lo hacen. Nadie dice nada con mala intención,
pero lo dice. Y una vez más digo que si no espabilas, te asfixias
ahí en ese alud de sentimientos. En las palabras de los demás,
porque todo el mundo se cree muy sabio cuando te pasa algo así. Y es
que la ignorancia es muy atrevida y claro, como la mayoría no saben
lo que es, lo que se siente... Se atreven a hablar, dirigir, opinar y
lo que más me rebienta con diferencia... Exigir. Todo esto lo hacen
con una soberbia que parece mía, y eso es mucho decir, porque en
algunos ámbitos me hastía mi propia soberbia -vaya mi autocrítica
por delante otra vez-. Detesto la soberbia con que la gente, en
abstracto, y algunas personas, en concreto; opinan, dirigen tu vida,
exigen y hablan cuando pierdes a un padre; sano, joven y fuerte, en
36 días.
Hay personas para las que el muerto
resulta ser un kamikaze, es decir, lo conciben como alguien que muere
matando y entonces mueren con él. Resumiendo; el muerto les ha
matado. Me permito el cinismo porque estoy hablando de mi vida y
porque como he escrito antes, la finalidad es sacar la ira.
Mucha gente murió con mi padre y como
todos somos adultos y yo también, digo que eligieron morir con él.
Ellos dirán (porque algunos me lo han dicho) que surgió así, que no era su intención.
Pero eso no surge, uno elige; estar o no estar, hablar o no hablar,
desaparecer, ayudar... Pudieron elegir, todos en igualdad de
condiciones y por lo que a mí respecta eligieron morir con el
muerto y para que me entendáis, si queréis hacerlo, el muerto
era mi padre. Algunos con el tiempo han resurgido de entre los
muertos porque se cansaron de la fiesta de Halloween y con paciencia,
respeto y la dosis de humildad que me falta en muchas ocasiones y que
me procuro a mí misma en esta autocrítica-(porque si tenéis
empatía entenderéis que es muy difícil perdonar a quién no estuvo
en el peor momento de mi vida)- les voy perdonando, me llevará
tiempo pero lo haré, porque voy viendo que del rencor no vivo, ni me
brota nada positivo en el corazón. Poco me importa si estas líneas
son cursis simplemente suelo escribir lo que siento y cómo lo
siento.
Creo importante definir el verbo estar
para mí -(estar, en las circunstancias de las que escribo en este
post)-. Cuando digo “estar” no me refiero a enviar un mensaje de
texto (entonces aún no estaba extendido el whatssap) tipo:
ALTA+Condolencias protocolarias a Números Desfrecuentes de Vodafone
y activar la tarifa plana “momentos difíciles” ver condiciones
de la promoción, válida península y ahora afortunadamente también
Baleares 0,12€ IVA no incluído por una buena causa.
Demasiadas personas se dieron de alta
en este mencionado servicio telefónico. Para mí, eso no es estar.
Tampoco considero estar a asistir a un
funeral o a un velatorio. Sin duda hacer estas cosas, es hacer
algo y menos es nada, pero para mí no alcanza, a mí no
me basta y como el dolor es mío estoy en mi derecho de que no me
baste. Al igual que los demás son libres de elegir estar o no estar,
soy libre de considerar qué es y qué no, estar, para mí. Velatorio
y funeral para mí son requisito de asistencia mínima, como si de
una asignatura de evaluación contínua se tratara. Pero la presencia
computable, difícil y a tener en cuenta para mí es; en el
tiempo, -ya que todo el mundo
gusta de cuantificar el tiempo normal de dolor y superación-
sobretodo los 36 días anteriores a la muerte y los posteriores a los
protocolos obligados de velatorio y funeral. Esto es, desde que se
acaban las obligaciones sociales
de asistir a estas desagradables reuniones sociales
a las que mucha gente va por compromiso, sin sentimiento alguno y en
algunos casos con poco respeto; hasta que a mí me brote de lo más
profundo de mi ser. Cuando a mí me nazca del corazón el estar bien,
el tenerlo superado, entonces y sólo entonces mi duelo estará
superado, si es demasiado tiempo para los demás poco me importa.
Importa poco porque el tiempo de duelo es mí tiempo y yo no me sujeto
a los plazos de nadie para mis sentimientos.
Escribo
estas acaloradas líneas porque mucha gente se vanagloria de haber
ido al funeral o de haber mandado un mensaje o haber ido al
velatorio. Sinceramente, en estos eventos; ni están todos los que
son, ni son todos los que están. Además, cómo sabrá quién lo haya
vivido en carne propia, el dolor más que post-mortem ocurre cuando
todo ha acabado, ahí es cuando todo empieza. Cuando ya no hay
velatorio, no hay funeral, no hay entierro. Justo ahí empieza el
dolor y justo ahí es dónde -al menos yo- se empieza a necesitar
apoyo y consuelo de
verdad. Y por desgracia
ahí es dónde se termina el baile de máscaras y ves a todas las
personas de tu alrededor en todo su esplendor o en toda su miseria.
Para ser justa y equitativa con los demás, diré que cuando ya ha
pasado tiempo -como es mi caso- también te ves a ti misma en todo tu
esplendor y tu miseria, pero debe pasar tiempo, al principio es
imposible verlo. Lo que sí es claro, es que nunca te conoces tan
bien como cuando pierdes algo tan profundo de ti como lo es un padre
o una madre, simplemente es imposible.

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