jueves, 24 de octubre de 2013

Recuerdos

Hace poco alguien me preguntó si me felicitaba por mis logros y caí en la cuenta de que no. -Tengo una Rotenmeyer interior muy gruñona.



Hace también muy poco iba paseando por una de las calles de mi ciudad por la que he pasado muchas veces y entonces me asaltó un recuerdo a punta de pistola y casi me obligó a detenerme y alzar las manos.



Recordé algo tan cotidiano como que en esa calle estaba el dentista de Alejandro y empezó la película: me vi a mí misma años atrás, más joven, con el pelo por la cintura y más acné, subida a aquellos tacones que siempre llevaba a diario, con aquel móvil que no tenía whatsapp, con 20 años ¿cómo puede haber cambiado todo tanto en tan poco tiempo?... Estaba hablando por teléfono, mis amigas me proponían quedar para cenar y yo dije: “un momento me suena que tengo algo ese día por la tarde... -saqué la agenda- sí, eso era ¿ves? Ya sabía yo que tenía algo. No puedo quedar, Alejandro tiene dentista por la tarde. Menos mal que me apunto todas sus cosas porque pedimos cita hace tres semanas ¿te imagina que se me olvida? ¡Qué liada! pobrecito, no quiero que tenga que preocuparse por nada, bastante tiene con lo de su madre... Pero quedamos esta semana cuando él esté en el trabajo o no me necesiten en su casa”.



Ese mismo año, su madre con un pañuelo rosa hermosamente anudado en la cabeza que le regalamos sus hijas y yo por su cumpleaños antes de navidades me dijo: “¿me acompañas al PAC a por las recetas de mi madre en un momento antes de comer?”



Entonces paré la película y me felicité. Esa era yo y afortunadamente ya no. Me dí la enhorabuena porque recuerdo lo realizada que me sentía por cosas como acompañar a Alejandro a los médicos que tuviera que ir y apuntarme sus citas en mi agenda, sus prácticas de la universidad... Lo bien que me sentía por llevarle al trabajo y además cumplir con mis quehaceres diarios. Recuerdo lo feliz que me hacía cuando me decían: “no sé como no estás agotada tienen que estar todos muy contentos contigo por lo que haces por ellos, yo no podría”. Recuerdo lo integrada que me sentía en su vida y en su familia por hacer cosas de esposa de los años 50... Recuerdo que a mí eso me parecía amor y me felicito por haber visto la realidad.



Me felicité porque pese a todo y a todos creo en el amor con toda mi alma -aunque no lo creáis- y ya nunca más me haré eso a mí misma. Nunca me desubicaré, ni haré o daré más de lo necesario para ser querida y aceptada porque ahora me quiero y no merezco eso. Siento nostalgia a veces porque eso es el único “amor-hacendado” que conozco, pero también ilusión porque intuyo que el amor sano y verdadero en el que creo debe ser maravilloso y distinto a todo lo vivido.

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