No sé si alguien vio hace unos años
la película “Ágora” de Alejandro Amenábar. Pese a que dicen
los entendidos que ésta pisotea la historia deliberadamente, me
gustó mucho y ayer mismo recordé al personaje de Hipatia.
Como sabéis, Hipatia ha sido aclamada
desde antiguo por movimientos feministas como un ejemplo de mujer
hecha a sí misma, luchadora e inteligente, entregada a la enseñanza y el pensamiento, e incluso liberada
sexualmente (de lo cual no hay datos históricos de rigor).
Ayer, por circunstancias del corazón y
de la vida londinense recordé, como persona no entendida en el tema
que soy, la película. Más concretamente la muerte de Hipatia y cómo
uno de sus discípulos -(yo creo que enamorado de ella)- la asfixia
porque sabe que un tumulto de cristianos enfurecidos van a lapidarla
hasta la muerte. Simplemente me parece el momento de mayor carga
dramática, ella acepta su muerte cierra los ojos lentamente dando a
entender que ha entendido que es mejor morir así que lapidada. No me
sorprende en absoluto la aceptación de su propia muerte, sin duda
era una mente brillante y portentosa la que ostentaba.
Esta muerte me llevó a reflexionar
algo que habitualmente digo a mis amistades y a mí misma en temas
del corazón. “¿Qué prefieres: la muerte o la agonía?”
Al principio, cuando conocemos a
alguien, como ya he dicho otras veces, se nos muestra el/la otrx en
todo su esplendor -y oscuridad-, sólo hay que mantener los ojos bien
abiertos y ser sincerx con unx mismx. Pero no pongáis esa cara de
alivio que parece fácil pero a la hora de la verdad, el corazón nos
juega malas pasadas. De esta forma, si no es valiente cuando le
conoces, no lo será y si no te pregunta por tus cosas ya desde el
principio, no esperes que lo haga movido por el clásico “deus ex
machina”; el amor. Le gusta hablar de él y no de ti (alarma), no
te está engañando lo está mostrando abiertamente y te lo está
demostrando no incurriendo nunca ni por accidente en la consideración de
preguntarte cómo estás o de pensar que alomejor estás
absolutamente agotada y que mueres por dormir, pero claro, "pobrecito
(otra alarma) está muy triste y ha tenido un día horrible, ¿y tú qué? tú sin
embargo puedes con todx porque eres Harry Potter (sal corriendo).
En cualquier caso, la responsabilidad es
de una misma, cuando en lugar de escucharnos a nosotras mismas y
decirnos en un alarde de sinceridad “estoy muy cansada, (y haciendo el idiota muy bien) primero yo
(mi bienestar) y luego él” seguimos ahí, a las migajas, a las
tantas de la noche, como un perro muerto de hambre a ver si así ve
que soy más buena que las uvas con queso y me quiere para siempre
jamás amén. No es culpa de que él sea egoísta o deje de serlo
(decía mi padre que “cada uno es como es y bastante desgracia tiene").
Es responsabilidad nuestra prostituirnos emocionalmente con
premeditación y alevosía. Él no tiene la culpa porque somos dueñas
de nuestra vida y podemos elegir quedarnos a las migajas por si caen,
o pensar más en nosotras y valorarnos. Esto es, la muerte o la
agonía de la que hablaba antes.
Aún así, a menudo la falta de afecto,
el aburrimiento o la necesidad de creer que sí, que por qué no, que
tal vez es hora ya de abrir el corazón y rezumar corazoncitos rosas
y rojos correteando por una verde pradera... Tal vez eso nos haga
caer en el error de que cambiará. Pero nunca cambian nada -(salvo de
novia y si eres tú, que los dioses te ayuden)- y a mi edad y con lo
que llevo a las espaldas lo sé de más, pero da igual. De pronto
estoy ahí otra vez, en el mismo juego en el que otro ha empezado la
partida y claro... Yo estaba tan aburrida y sola que ya estábamos
con el juegos reunidos.
Seamos inteligentes como Hipatia,
aunque duela, nuestra dignidad lo merece.
1 comentarios:
Al terminar de leer tu post me he dicho: "¿pero esto no lo sabías ya?" Sí, pero he tenido que leerlo en un blog para recordarlo porque, lamentablemente, lo había olvidado. Genial post.
Saludos y gracias.
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