A los dieciséis años fui alumna de
primero de Bachiller en el Madina Mayurqa.
Tuve la suerte de tener muy buenos profesores que me enseñaran conocimientos que aun puedo recordar como algo que he aprendido.
Tuve la suerte de tener muy buenos profesores que me enseñaran conocimientos que aun puedo recordar como algo que he aprendido.
Como era propio del bachiller de
humanidades que cursé se me enseñó latín y griego clásicos.
En no pocas ocasiones me han venido a
la mente muchos momentos compartidos durante las clases de griego con
mi profesor José Ramón del Canto. (Le nombro con cariño, ya que sé
que me lee).
Un día en una de sus didácticas
lecciones nos explicó un mito griego. Uno de tantos, tal y como
solía hacer con la pasión y el amor por la docencia que le
caracterizan y que tan bien transmite.
El mito de la hidra de Lerna me marcó
y se me quedó grabado. Como sabéis, trata de un antiguo monstruo
acuático policéfalo similar a una serpiente. Poseía un aliento
venenoso mortal y se discrepa sobre el número de cabezas que tenía,
desde tres a doce según la versión.
Los dioses encomendaron doce trabajos a
Hércules y matar a la Hidra era el segundo de ellos. Hércules hizo uso de la
fuerza (como no podía ser de otro modo) y amputaba cabezas sin
descanso, pero por cada una amputada dos más brotaban del ponzoñoso
muñón. Cayó entonces Hércules en la cuenta de que así estaba fortaleciendo al monstruo y lejos de aniquilarlo.
Del Canto -(así es como le llamábamos todos)- siempre establecía
paralelismos con la vida cotidiana para enseñar. Todo buen profesor
como él, sabe, cuando enseña, que no sólo enseña un mito; sino
que abre una nueva vía de conocimiento y aprendizaje al alumno, una
inquietud, una aplicación práctica de una teoría transmitida con
verdadero y contagioso entusiasmo.
En su intención formativa, comparó con
maestría el combate de Hércules contra la Hidra con el
enfrentamiento de alguien contra las habladurías y provocaciones de
otra persona.
Así nos enseñó que Hércules no
estaba solo en su lucha sino que contaba con la ayuda de su sobrino
Yolao que, inspirado por Atenea, (diosa de la inteligencia) acertó a
quemar los ponzoñosos muñones con un paño ardiendo para así, con
la cauterización, evitar el nacimiento de dos nuevas cabezas por cada una amputada
y poseedoras de un aliento venenoso y mortal.
Los rumores, las provocaciones con inquina y
habladurías proceden de cabezas con aliento venenoso. Lo más
inteligente parece, entonces, cauterizar para aplacar y evitar que
nazcan nuevas cabezas. ¿Para qué usar la fuerza?, ¿para qué
enfrentarse y permitir que nazcan dos nuevos conflictos y que a su
vez deban ser rebatidos?
Ese día no sólo aprendí un mito. Se
me enseñó una filosofía de vida que mi vehemencia adolescente y mi
ego no toleraban.
Nunca he tenido miedo al enfrentamiento
verbal y por eso, entre otras muchas razones, estudié Derecho más
tarde. Como Hércules, cuando fui adolescente y también ahora que
soy "adultescente" tuve y tengo fuerza en ello. Una fuerza que hay que usar con templanza y que sólo puede ser aplacada con la calma que le da a uno la edad y las experiencias.
Casi doce años más tarde la vida me
ha evocado ese mito ante las provocaciones insidiosas de algunos
enemigos.
Hay una frase que me gusta mucho: “si
cuando hablas nadie se molesta es que no has dicho absolutamente
nada”.
Con los años a una se le va calmando
el carácter, o las ganas de ir a por algunas personas para cortar
cabezas o sacar a pasear la motosierra con no pocas razones.
Cuando te enamoras con el alma de
alguien que desconoce el verbo y su sentido, cuando tienes amigas que traicionan eso sintiendo la
necesidad imperiosa de fornicar sobre tus sentimientos con traición,
premeditación y alevosía para quedar por encima como el aceite.
Cuando después de eso dejan en
evidencia tus sentimientos y con perdón de la expresión, deciden
defecar sobre los mismos sin disculpa ni ulterior explicación. En esos momentos, es de humanos querer cortar cabezas pero es de sabios dejar al tiempo jugar sus cartas y disfrutar del espectáculo con unas palomitas o unos crudités.
Cuando al poco de toda esta novela, otras, sabiendo que te
ha pasado todo eso y estás levantando cabeza y te ha tocado un
merecido beso en los labios hacen un “cuando me di cuenta ya nos
habíamos acostado”.
En esos momentos no me acuerdo de
Hércules, más bien monto en la ira de Aquiles y veo mi débil
talón. Me regocijo de que éste sea un corazón que siente y es leal
y de ver que las cabezas de aliento venenoso no lo merecieron nunca.
Y es que mi padre siempre me decía que “las malas lenguas no
merecen besos” y que “amigos que no sirven y trastos viejos, pocos y
lejos”.
Supongo que personas más capaces que
yo, inspiradas por la inteligencia también, como le ocurriera a
Yolao, tenían que enseñarme que hay que parar de cortar cabezas.
Hay que cauterizar para derrotar y la
mejor manera es no contestando, o lo que es lo mismo, y cito un
fragmento del libro la reina que dio calabazas al caballero de la
armadura oxidada:
“Lo más difícil de una reina es
serlo y seguir siéndolo pese a todo y a todos, mantenerse en su
trono llevando erguida la cabeza aunque le lluevan a una chuzos de
punta, porque eso distingue a una reina de una princesa de Diadema
Floja”.
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