Me dijeron que lo echaría de menos,
que añoraría estar en la Universidad y se equivocaron por mucho.
Hoy he visto a la persona que llegó
allí por primera vez hace once años y que hoy es otra muy distinta
(afortunadamente), física y psíquicamente.
Quería muchas cosas de mi paso por la
Universidad pero la Vida es lo que es, ni más ni menos que eso y no
ha de ser lo que uno quiere.
Hoy he visto a esa chica de dieciocho
años que, desde
los ocho, de mayor quería ser abogada, periodista y escritora y que entró es ese edificio para empezar por algo.
La he visto salir corriendo pasillo
abajo de su primer examen como alumna de Derecho, huía en tacones del apuesto
profesor de Derecho Romano que la llamaba a gritos -¡por su
nombre!-, de una clase de cien personas sabía su nombre y apellido,
gritaba por el pasillo dejando a la clase sola con el examen, mientras ella buscaba
una bolsa con la que poder respirar insuflando el aire dentro. He
visto las escaleras, donde en su primer septiembre aquel profesor le
dijo: “estoy muy decepcionado contigo Carmen, eras mi mejor alumna,
leíste el examen y te fuiste, debiste intentarlo”. La he visto
llorar y decirle: “no me sabía perfectamente una de las tres
preguntas, no pude hacerlo, ningún buen alumno deja en blanco un
examen o no sabe todas las respuestas”... “Me da igual el
examen”-me respondió- “yo tengo que hacer exámenes para
evaluaros. Te he escuchado y observado en clase, eras mi mejor
alumna”.
Recuerdo este día como el momento
liberador en que empecé a decepcionar a todo el mundo. Al principio
es agobiante, luego raro, luego te aligera de cargas que no son
tuyas. Cuando ya todo el mundo está decepcionado puedes Ser, ser lo
que seas, ser lo que quieras. Entonces ya no llevas etiquetas,
entonces ya no eres la máquina de satisfacer expectativas de nadie.
Veo a aquella chica que tuvo que hacer
Programación neurolingüística para superar el pánico escénico y
poder enfrentarse a los exámenes. Veo los anclajes, el sudor en las
manos, temblar, el pánico. Hablar al espejo para mejorar la dicción
en los exámenes orales... Todo, para no huir corriendo de ellos. Un esfuerzo
que sólo entiende quien lo ha vivenciado.
La alumna brillante se apagó el primer
año y al acabar el segundo tuvo un ataque de ansiedad en pleno
examen oral de Derecho Internacional Público. Delante de todo el
mundo la voz no salía, si salía era entrecortada y la respiración
era asmática, la Doctora en Derecho Internacional no dio tregua, la Doctora que examinaba
obsequió con un suspenso a la chica que salió corriendo cargada con
un enorme cartapacio rosa. Esta fue la primera vez que aprendí de
justicia en la Universidad. De nada valió mi media de notable en el
resto de exámenes de todo el curso, el oral final estaba suspendido
porque “me puse nerviosa”, -me dijo con una cínica sonrisa una
persona que no me tragaba y no se esforzaba en ocultarlo-. La Ley no
es justa pero es ley, el silencio por las causas que sean ante una
pregunta de un examen oral es un suspenso.
Esta persona me enseñó mucho con su
acto, que sin duda ni recordará, del trato que nunca hay que dar a
quién esté padeciendo un ataque de ansiedad. Una enfermedad, por
cierto, reconocida por la OMS.
Al acabar el segundo curso y aprobar
todas menos una, estaba celebrando la victoria, volvía de la playa
con una amiga. Me animé a disfrutar de una cerveza en un bar al lado
de casa. De pronto, sentí la necesidad de salir del bar a tomar el
aire, después; ya fuera, sentí la necesidad de sentarme. El suelo
estaba muy cerca de mis ojos o eso me pareció y me pareció que me iba a caer aún sentada, volví dentro y
dije: “no me encuentro muy...”
De pronto recuperé la consciencia, la
peor consciencia que se puede recuperar. Mi mente estaba allí pero
mi cuerpo no. No podía abrir los ojos, tenía las piernas estiradas
y absolutamente agarrotadas, los brazos doblados por los codos con las
manos dibujando una C invertida. La mandíbula totalmente cerrada.
Intenté con todas mis fuerzas moverme y no pude. Intenté con todas
mis fuerzas responder a mi amiga que lloraba y me sujetaba la cabeza
y no pude. Intenté emitir un sonido pero estaba agotada y no pude.
Pensé, al no poder mover mi cuerpo, que estaba padeciendo una embolia (tenía 20 años), pero que
era muy joven para ello. Pensé en lo que sufrirían mis padres al verme así,
deseé que no me vieran así pero no podía expresarme. La ambulancia
llegó, los camareros interrogaban a mi amiga sobre si yo había
consumido drogas. A Dios gracias los sanitarios que llegaron y la
policía desmintieron la mayor sólo con levantarme por la fuerza los párpados y verme las pupilas. Seguía
sin poder despegar los ojos, pese a los esfuerzos del personal
sanitario, ni abrir la boca para hablar y lo oía todo.
Pude gruñir por fin y se me cayó una
lágrima a la tercera vez que me preguntaron si les escuchaba. Nunca gruñir
guturalmente me hizo tan feliz. Al cabo de unos minutos con las
piernas en alto mis extremidades no respondían aun pero al fin, pude
hablar sin abrir la boca. Me dijeron que no era una embolia, que era
un cuadro de ansiedad. El cuadro era yo en una ambulancia, llena de
cables...
La ansiedad quiso hacer carrera, a veces conmigo y otras contra mí. Bendición y condena a la vez, he aprendido tanto de ella como ella sabe de mí. No me ha vencido nunca porque soy dueña de mi ansiedad y ella no es dueña de mí. Después de tanto tiempo sé que si me ha ganado alguna vez sólo me enseña a luchar con más fuerza. Todo esto lo he aprendido trabajando mucho fuera de la universidad, la ansiedad no se va por sí sola, es algo a enfrentar.
Por supuesto estuve enamorada en la
carrera y por supuesto me rompieron el corazón como a todo el mundo.
Qué joven era. Por supuesto fue el fin del mundo, hasta que quiso la
vida enseñarme lo que era eso de verdad.
En mi último año de Facultad (2010)
mi padre enfermó de cáncer el 1 de noviembre y murió día 6 de
diciembre.
En este punto dejé aparcada la
carrera. Mi mundo se acabó de verdad.
El 15 de febrero de ese mismo año,
estaba llevando a mi madre en coche porque llovía. Una chica me
golpeó con su coche por detrás causándome un esguince cervical.
Bajé como si nada, paré un taxi a mi madre para que siguiera su
camino. Me senté en el asiento de atrás a guarecerme de la lluvia
para llamar por teléfono a alguien que me ayudara y llamé por supuesto a mi
padre al móvil, en ese instante me di cuenta de dos cosas: que mi
padre estaba muerto irremediablemente y de que un policía local
golpeaba la ventanilla de mi coche y yo sólo quería seguir ahí
dentro sin enfrentarme a que había tenido un accidente y que no
sabía qué hacer sin mi padre en mi Vida.
Mi esguince cervical y yo decidimos
enfrentarnos al prácticum de la carrera. Uno de los profesores de
Derecho Internacional Privado había ido poniéndome ceros en todos
los trabajos no presentados. Al no asistir a clase, me dijo que yo
había perdido la evaluación contínua, me dijo que al no entregar
los trabajos en plazo la nota de cada uno no entregado era un cero.
Mi collarín y yo cogimos un autobús
para discutir con este señor, me dijo que sólo me quedaba cambiarme
al grupo de tarde y hacer el examen final anual. Me dijo que debía
acudir a los servicios administrativos y solicitar esto por escrito
así como comunicárselo al jefe de estudios de mi departamento. Mi
collarín, mi orfandad y yo tuvimos que explicar a tres personas
diferentes lo acontecido, verbalmente y por escrito.Lo hice, sólo tenía 23 años.
Los tres acabamos llorando sentados en
un banco de ese pasillo que veo.
Esta es la segunda vez que aprendí
justicia en la Universidad, la Ley es Ley para todo el mundo y todo
el mundo, huérfano o no, es igual ante la Ley.
Este señor que me hizo pasar por este
calvario emocional y burocrático, cuando al fin aprobé tuvo a bien decirme que
"antes no lo había hecho porque no me había dado la gana". Este señor
además de Doctor en Derecho Privado y tener un extenso y brillante currículum
es padre. Este señor conmigo, no fue persona. A este señor le
agradezco enseñarme el trato que jamás se ha de dar a una persona
de 23 años que ha perdido a su padre en un mes.
En el prácticum la situación no fue
mejor, la gente me miraba y cuchicheaban. Todos los profesores eran hombres de la edad de mi padre. Hombres vivos que daban clase como él y tenían su edad y me recordaban que él ya no explicaba anada a ningún alumono.
Todo el mundo sabía lo que
me había pasado pero no eran mis amigos, no hacía el practicum con
nadie con quien tuviese amistad. Es lo "duro" de acabar tarde una carrera. Muchas veces los veía irse en coche
mientras yo esperaba, algunas veces bajo la lluvia y con collarín,
el autobús para poder regresar a casa ya que el esguince cervical me
impedía conducir.
Para los trabajos en grupo yo muchas
veces estaba distraída y cuando hablaba, mis opiniones no eran
tenidas en cuenta aunque no todas fueran equivocadas. Fueron tiempos duros.
Un día en plena clase del prácticum
de tribunales, el profesor enfureció conmigo. Teníamos que entregar
una práctica y yo me había pasado dos días haciéndola y me la
había olvidado en casa. Me gritó que tenía un cero y que no se
podía consentir esto. Yo me asusté y con sus gritos a causa de mi
estado emocional y pedí perdón. Era la primera vez que me pasaba
algo así, no creí que fuera para tanto. Yo estaba triste, yo no
estaba para aguantar gritos delante de todo el mundo. Ningún
compañero me apoyó, ningún compañero dijo nada al verme tragar
lágrimas después del enfrentamiento verbal.
Me tragué las lágrimas y al
salir redacté un desesperado e-mail a la coordinadora del prácticum.
Doctora en Derecho Civil, profesora mía de Derecho Civil cuatro años
y lo más importante, persona. Le escribí con la visceralidad que
caracterizaba a semejante situación, al final le pedía simplemente
que me ignoraran en las clases, que no me gritaran, que yo era una
más, sí, pero que mi situación era excepcional. Sólo ella y otra
persona más tuvieron alguna especial consideración hacia mi
situación personal. Nadie más la tuvo.
Esta es la tercera vez que aprendí
justicia en la Universidad, sólo quien ha pasado por lo mismo en su
vida es capaz de empatizar.
Agradezco a todas las personas que me lo hicieron todo más difícil hacerlo así, me enseñaron como no quiero ser y como no tratar a alguien que ha sufrido una pérdida.
Tardé 3 años más en terminar la
carrera. Suspenso tras suspenso, sólo quería dejarlo. En este
tiempo hubo profesores que me dijeron que yo no servía para
estudiar, otros que no sabía estudiar, otros que no todo el mundo
podía hacer Derecho. Vi como todo el mundo llegaba a la meta y yo
seguía lesionada.
No es fácil ( o posible) estudiar
cuando uno se repone de un trauma así.
Nunca he aprendido tanto como cuando suspendí tantas veces, siempre se aprende desde el fracaso, siempre.
El año en que acabé, sólo me quedaban
tres asignaturas. Las estudié hasta la enfermedad (literalmente) y me esforcé al
máximo. Puse toda mi energía en eso. Todo mi tiempo.
En junio suspendí esas únicas tres
asignaturas que me quedaban para terminar y que llevaba seis meses
estudiando. Hoy he visto a esa chica llorando en el parking de la
facultad con el móvil en las manos; en la pantalla, sus 3 suspensos.
Fue la cuarta vez que aprendí justicia
en la Universidad, a los exámenes no les importa cuanto te hayas
esforzado. A los profesores de Universidad no les importa cuánto
hayas estudiado, lo que te has gastado en tus estudios, que casi has
enfermado de úlcera de estómago, o que se te haya muerto tu padre.
Los exámenes son para todo el mundo como la Ley.
Harta, me limité sólo a leer los
apuntes para los exámenes de septiembre, ya que de todos modos, me
iba a vivir a Londres y la carrera había pasado de sueño a
pesadilla. Si no aprobaba me iba igualmente y que acabara mi carrera
Rita la cantaora.
En esa convocatoria de junio aprobé
los 3 y con nota. Fue la última vez que aprendí justicia en la
Universidad. Arbitrariamente había aprobado, objetivamente no lo
merecía por lo poco que había estudiado, subjetivamente sí. La justicia para ser justa, nunca puede ser subjetiva.
Acabé tan harta y hastiada de todo lo
relacionado con la carrera que hasta hoy no he ido a recoger mi
Título. No sé si alguien ha sufrido tanto por una cartulina muy
cara alguna vez. Parece tan ridículo todo años más tarde...
Al terminar la carrera no me brindé
una graduación, ni una fiesta, ni un verano Estrella Damm... No
podía celebrarlo sin mi padre, no espero que nadie me entienda, como
si de verdad se hubiera muerto para siempre y yo con él. Acabé con
pena y sin gloria. Yo no celebré y nadie me celebró.
Ahora tengo el tiempo y el dinero, hoy
tengo una cartulina muy cara. Este verano celebro mi Licenciatura. El
martes es su cumpleaños y yo me voy a la playa a celebrarlo, le voy
a enseñar mi cartulina, a él le habría gustado.
Cuando desencarnas nadie te pide tus
cartulinas ni tu posición bancaria. Te preguntan qué has aprendido,
qué emociones has vivido. Eso tampoco lo aprendí en la Facultad de
Derecho.
"No hay nada como volver a un
lugar que no ha cambiado, para darte cuenta cuánto has cambiado tú”.
- Nelson Mandela