Llevábamos dos años juntos. Recuerdo cuando nos conocimos, eso
siempre se recuerda. Un amigo suyo me dijo: "no hay otro como él,
ahora mismo es el mejor que vas a encontrar. Sólo hay otro pero ya
está prometido. Vale la pena que te arriesgues". Después me habló muy mal del anterior, pero eso no lo contaré.
No sabía qué hacer, estaba muy
desengañada, me gustaba el otro, no quería uno nuevo por bueno que
fuera. Yo seguía obcecada con solucionarlo con el anterior, pero no
tenía arreglo.
Me lancé a lo nuevo como una suicida,
sin saber adonde íbamos. Fuimos muy felices, o yo lo fui al menos,
desde el primer día que llegó a mi vida. En él no había nada del
anterior y eso es muy bueno a veces.
Me despertaba cada mañana sin
quejarse, entendiendo que necesito una hora para estar en el mundo de
forma consciente y durante esa hora me iba enseñando cosas que él
sabía que me interesaban y se callaba las que no. Velaba mis mejores
y mis peores caras sin juzgarlas como si las amase todas.
Vivimos juntos momentos maravillosos, emocionantes, dramáticos, aburridos...
Nos emocionamos, reímos, temblamos, lloramos. Era imposible sentirme
sola con él. Incluso perderme era imposible, complementaba perfectamente mi absoluta falta de orientación.
Era lo último que veía
cada madrugada y eso me gustaba mucho. Tan considerado fue que nunca se dormía antes que yo
y tampoco se quejaba, como si todo el tiempo que estuviera en este mundo quisiera mirarme ¿puede haber algo más hermoso?
Nunca me decía que no, si quería algo
y él podía proporcionármelo me lo daba. Me daba mucho y me pedía
muy poco.
Juntos vimos otro país y conocimos
otras personas nuevas. “Pero no te enamores”, me recordaba cuando yo
necesitaba recordarlo. De todas formas lo hice un poco y él lo
sabía. Entonces me acompañó también, sin juicio, expectante de mi próximo movimiento. Estuvo conmigo cuando todo eso se desmoronó y tuve que decir un adiós muy difícil.
Me protegió para que él ya no me hicera daño sabiéndolo o sin saber. Pero no contento con eso, también me ayudó a reponerme y me dijo muchos “no te
merece, ahora no lo ves pero te darás cuenta cuando estés fuerte
otra vez”. “Siento lo que te hemos hecho cada madrugada y cada día...”-le
dije como patética disculpa-. “No sé porqué no me di cuenta
antes”-añadí-. Y me dijo muchas veces: “deja de exigirte tanto,
esas cosas pasan lejos de casa, te echo mucho de menos, vuelve a casa
conmigo, olvidemos esto”.
Entonces nos fugamos juntos y juntos se
lo dijimos al mundo, así, a lo loco. Y alguien quiso hacerme daño
en la huida, justo cuando estábamos tan cerca de ser libres jugando
a Bonnie & Clyde y él se dejó herir para protegerme. En ese
instante entendí que él haría absolutamente cualquier cosa por mí.
“Amor, ¿estás herido? ¡Háblame!, no te duermas, ¡háblame!”-le
supliqué. Pero él ya no estaba conmigo, había sido demasiado.
Tenía esperanza en que se recuperara, era joven y fuerte, no podía
dejarle morir así aunque fuera lo más fácil. Sólo quería que
despertara para matarle con mis propias manos por lo que me había
hecho pasar y sabía que él lo entendería. Dormí pegada a él como cada madrugada por
si despertaba. Apenas caí dormida me desperté, por si acaso, para
comprobar como estaba... Y seguía igual. Incluso él a veces, me había
enseñado a ser paciente y a esperar una respuesta, pero no es mi
virtud la paciencia...
A la mañana siguiente volvió como si
nada. Parecía el mismo, pero no lo era ni yo tampoco. Nadie vuelve
igual después de una experiencia así. Pero estábamos bien y
juntos, pasamos el día en un parque, celebrando la vida, riendo, bebiendo cervezas, haciéndonos fotos con los naranjas, rosados y corales del atardecer. Ya quedaba poco para volver a casa, ambos debíamos resisitir.
Pronto vi que él hacía todo lo que
podía, pero me decía cosas que yo no entendía aunque me esforzara.
Estaba muy cansado y yo no tenía paciencia, pero era el mejor que
había conocido con diferencia. Estar valorando eso ya me dio miedo. Sé que si
comparas o piensas en otro algo va muy mal, pero no le dije nada. No
se merecía mis dudas, después de todo, él siempre me dio lo mejor
de sí mismo e hizo todo lo que pudo.
Algunos días sin previo aviso me
dejaba sola y no podíamos ni hablar. Después volvía como si nada y
él no lo recordaba, pero yo sí.
La semana pasada, se expresó muy
claramente conmigo. Vi que algo estaba muy mal en él, le pedí que
fuera fuerte una vez más y que aguantara, que buscaríamos ayuda. Yo
sabía que había alguien que podía ayudarnos pero él no aguantó
la espera y me dejó.
Al perderle me di cuenta de cuanto le
necesitaba. Las mañanas y las madrugadas eran horribles sin él.
¡Cómo le he echado de menos! He pensado en él cada minuto y en todo
lo que nos estábamos perdiendo por vivir juntos.
Caí en la cuenta de lo que me iba a
costar reemplazarle y que además yo no quería. Me hacía falta él, no
quería otro mejor, ni por supuesto peor; pero no tenía arreglo.
De todas formas -y sé que obrando mal-
hice lo que mis ex; a los 4 días me busqué a otro, ni mejor ni
peor, sólo menos costoso. Me servía para lo mismo aunque no fuera
tan bueno como él. No luché por arreglar nada, fui como todos
ellos. Me quedé con lo más fácil; lo nuevo.
Y fue así como me compré otro móvil.